viernes, 21 de febrero de 2014

El huevo o la gallina?

    Estamos comenzando un año muy especial para la vida social y política de Uruguay, una nueva campaña electoral se perfila ya en el horizonte con la consiguiente efervescencia que suele acompañar estas instancias.  Muchas propuestas y promesas surgen como las flores en los campos de primavera y seguramente la enorme mayoría -sepan disculpar mi escepticismo- tendrán la misma vida que esas flores.
    En este editorial nos enfocaremos en dos puntos que absolutamente todos los partidos y candidatos, con distinto énfasis según las conveniencias de las circunstancias, han hecho parte del eje fundamental de sus respectivas campañas. Estos dos temas son “Seguridad” y “Educación”, en este punto aclaramos desde ya que el orden  de aparición no significa un reflejo de su lugar en importancia. Problemáticas tan amplias como complejas, aunque en nuestra opinión mantienen una relación directa, una es la génesis de la otra.
    Llegamos a esta conclusión comparando los números y resultados en los indicadores del desempeño del sistema educativo uruguayo y los que hacen referencia a los niveles de seguridad en el país desde la salida de la dictadura hasta nuestros días. Aclaramos que no fuimos más atrás en el tiempo por la sencilla razón de que en el período de facto ya es de conocimiento público la alienación y desmantelamiento a la que estuvo sometida la educación y la actividad intelectual. Y desde luego las secuelas que nos dejó como sociedad.
    Cuando comparamos estos resultados comprobamos que a una caída constante en el nivel, calidad y jerarquización de la educación en contrapartida se produjo un aumento sostenido en las actividades ilegales, y en el deterioro del relacionamiento social con situaciones, que ya son cotidianas, donde prima claramente la filosofía del “Yo y Yo”. En muchos casos, por suerte, aún nos deja pasmados ver el desprecio por la integridad e incluso la vida del semejante, con que salimos a la calle muchos de nosotros cada día, y no hablamos aquí de los llamados, con toda razón, “delincuentes”.
    Ahora bien, escuchando el discurso político actual nos parece percibir que se toma cada tema como un todo en sí mismo, como un universo absoluto donde todo comienza y termina dentro de su ámbito. Dejando de lado ahondar en el comentario de que se busca la forma y las propuestas que generen impacto, más que tomar conciencia de la gravedad de la situación que enfrentamos. En verdad considero que estos dos temas cruciales para la sociedad, en la actual coyuntura, deberían estar vedados para ser utilizados en campañas electorales, aunque por supuesto soy consciente de que sería constitucionalmente incorrecto pues limitaría el derecho de expresión y propuesta que cada actor político como ciudadano debe tener garantizado.
    En los temas de seguridad los enfoques van desde una permisividad más o menos condescendiente a la represión más dura e implacable, militarizando la policía, endureciendo las leyes que castigan los delitos, o bajando la edad de imputabilidad, este último punto seguramente buscando atacar la “raíz del mal”, aunque claro está nadie lo plantearía en esos términos. No se percibe sin embargo, un tratamiento integral y equitativo de los distintos factores, acorde a su grado de incidencia, que integran esta problemática.
      Causa asombro, entre otras cosas, que deliberadamente o no, se deje en las sombras por omisión o mención insuficiente  la violencia doméstica. El segundo delito más denunciado en nuestro país. Aunque quizás esto asombre a muchos, o a quien escribe le obligue a comprarse lentes y audífonos  para ver la letra chica y oír mejor los susurros. Según parece es este un problema de segundo orden que no merece encabezar ninguna plataforma sobre seguridad, las muchas mujeres y algunos hombres que ven su integridad física y psicológica totalmente vulnerada, condicionando su vida y los lazos afectivos presentes y futuros, así como su autoestima y la posibilidad de ser útiles a sí mismos y los demás, no es uno de los problemas más urgentes a tratar. Ni tampoco los recuerdos sombríos que acompañaran de por vida, a todos, absolutamente todos los niños, adolescentes y jóvenes provenientes de hogares donde se ejerce violencia de uno u otro tipo, recuerdos que serán su pesadilla más temida, esa que luego hipoteca el desarrollo integral del “Ser” tanto en el presente como en el futuro, con consecuencias nefastas cuya profundidad es difícil de predecir.
   Aún así, lo antedicho no es la principal razón del continuo fracaso de las iniciativas aplicadas, en distinto tiempo y por distintos actores, para buscar una solución a los problemas. Sino que proviene de la raíz conceptual con que se consideran, continuamente se pone la mirada en el síntoma, no en la causa. Las políticas y procesos coordinados se despedazan y convierten en estandartes, que cada parte involucrada elige y utiliza según sus conveniencias, buscando aquello que más se adapta a su discurso, que no genere una responsabilidad mayor o en todo caso un cese de privilegios, evaluando en todo momento el causar impacto favorable a los intereses propios en la opinión pública, presentando soluciones o salidas al mejor estilo de los gurús. 
    ¿Qué decir de la tan traída, llevada y manoseada Educación? Parece haberse convertido en una muchacha con quien muchos bailan, pero muy pocos se comprometen seriamente. Nadie, o casi nadie, está dispuesto a poner sobre la mesa la verdadera dote que ella solicita. Sea por mezquindad o comodidad, se prefiere esperar a que otro tome sobre sus espaldas la responsabilidad, y por supuesto, pague el costo. La mayoría de las propuestas que habitualmente se presentan son periféricas, o parecen científicamente diseñadas para no dañar privilegios, prebendas y garantías, sino en varios casos tienden a aumentarlas aún a costa de la eficiencia y calidad del propio sistema educativo y por ende de sus resultados.
    Con toda certeza, no es aumentando la carga horaria o elevando el status docente al grado terciario como se logrará encauzar la recuperación del nivel educativo. O con mayor infraestructura, la ampliación de la cantidad de centros de estudio y la inversión económica sin metas definidas y específicas como lograremos mantener a niños, adolescentes y jóvenes vinculados e incentivados a completar los distintos niveles de su formación, cuando es el propio sistema quien se encuentra anquilosado y atrofiado.
    No necesitamos títulos más enaltecidos, sino que quienes tendrán a su cargo moldear la mente y el espíritu de las nuevas generaciones amen realmente lo que hacen. Que la docencia en todas sus ramas, vuelva a ser lo que fue, una carrera de vocación por sobre todas las cosas, donde el educador está enamorado del conocimiento y el alumnado  por sobre todas las cosas.
     Tal parece lamentablemente en estos últimos tiempos, que para una cada vez mayor porción de los egresados, el ejercicio de la profesión docente se ha convertido en una mera salida laboral, un trabajo más, y no la pasión de llevar la iluminación a nuevas mentes, el deseo de abrirlas al razonamiento, las ideas y la conciencia. Esto entre otras causas, ha convertido paulatinamente los sucesivos planes en meras ecuaciones monetarias huérfanas de resultados, rodeadas por un discurso hueco, tendencioso y falto de realismo.
     Haciendo honor a una verdad insoslayable, esto no es algo que comenzó a deteriorase recién ahora, sino que forma parte de un proceso degenerativo que ya tiene larga data, y ha venido germinando de forma solapada hasta hacerse visible en toda su ruindad. Muchos  padres de alumnos son a su vez producto de este mismo sistema emparchado, que los ha convertido en una masa cada vez más exigente pero menos propositiva, más demandante pero menos proactiva, más explosiva pero menos idealista. A tal punto que expresiones de contenido deportivo y lúdico, logran emparejarse con el grado de religión, de dogma, y no son pocos los que sin horizontes elevados en sus mentes, convierten una mínima fracción de tiempo en el centro de sus vidas, al punto de quedar enfermizamente enajenados, incapaces de reaccionar con cordura a cualquier evento.
    Resuenan discursos aquí y allá, clamando por más horas de clase, más exigencia curricular, y claro infaltable, más dinero y recursos para desestimular el ausentismo. Desde ya los puntos antes mencionados son muy importantes para la mejora y el avance de la educación, pero este es el segundo paso. El primero es recuperar la educación, lograr que su corazón vuelva a bombear sangre a los miembros adormecidos, rescatarla de la nebulosa en que ha caído, bajo vagos principios y funcionalidades inoperantes, tanto dentro de los responsables de impartirla como  del común de la población.
    Ahora dejemos algo bien claro, son solo los profesores y maestros quienes pueden convertirse en sembradores de nuevos valores, en verdaderos guías y escultores de mentes y espíritus para sus alumnos cuando se cierra la puerta del aula. Este milagro, esta simbiosis ocurre si y solo si se está debidamente preparado y hondamente comprometido con la misión a cumplir. No se trata pues, de leer un manual para luego recitarlo impersonalmente una y otra vez hasta el cansancio, siendo condición ineludible para ello, que el educador tome verdadera conciencia de su función: construir los cimientos de lo que vendrá.
     El rédito material es muy merecido indudablemente, me contradeciría si opinara en otro sentido, pero jamás puede convertirse en un fin en sí mismo. Pues no importa que tan alto se eleven salarios o reconocimientos de grado, es desde dentro del cuerpo de donde proviene el verdadero enaltecimiento de la profesión. Es a través de elevar el espíritu propio como se logra elevar el de quienes nos rodean, o esperan les mostremos el camino a seguir. Las dificultades, carencias o postergaciones no pueden ser excusa ni justificación para el quietismo endémico, la falta  de pasión genuina por la tarea sagrada de enseñar, o un impedimento para con creatividad sortear las adversidades. Desde ya que todas las generalidades son injustas, y no quiero cerrar este editorial sin dejar de resaltar la tarea consciente, dedicada y abnegada de quienes hacen un excepcional trabajo en cualquier condición, anteponiendo el interés superior al propio en innumerables ocasiones, y que por ello son eso, excepciones.   
    Un análisis no demasiado profundo, aunque sí objetivo, permite observar que mal podemos pensar en salvar una sociedad o un país, con la amputación de un miembro cuando es el corazón, su alma, lo que está enfermo. ¿Qué quiero decir con esto?  Que  no habrá mayor sensación de seguridad en tanto no se mejore la educación, con el compromiso inquebrantable y leal de cada una de las partes involucradas, que por otra parte, para sorpresa de algunos, somos TODOS. Ni habrá mejor educación mientras no se asegure la normal convivencia de las personas, y se salvaguarde efectivamente el normal desarrollo físico, mental, intelectual y emocional del eslabón más frágil y por ello más importante en la cadena de nuestra evolución futura.
    Sin una sólida educación, no mejoraremos la ciudadanía, y francamente es una quimera pensar solucionar los problemas de violencia y seguridad, cuando se forja un pueblo con integrantes intelectual y cívicamente cada día más pobres. Y corremos el riesgo de caer, si ya no lo hemos hecho, en un círculo vicioso donde una solución alimenta el problema que a su vez alimenta otra solución, por supuesto siempre paliativa, en una secuencia infinita y estéril en buenos resultados. 

Le Chevalier