El
huevo o la gallina?
Estamos comenzando un año muy especial para
la vida social y política de Uruguay, una nueva campaña electoral se perfila ya
en el horizonte con la consiguiente efervescencia que suele acompañar estas
instancias. Muchas propuestas y promesas
surgen como las flores en los campos de primavera y seguramente la enorme
mayoría -sepan disculpar mi escepticismo- tendrán la misma vida que esas flores.
En este editorial nos enfocaremos en dos
puntos que absolutamente todos los partidos y candidatos, con distinto énfasis
según las conveniencias de las circunstancias, han hecho parte del eje
fundamental de sus respectivas campañas. Estos dos temas son “Seguridad” y
“Educación”, en este punto aclaramos desde ya que el orden de aparición no significa un reflejo de su
lugar en importancia. Problemáticas tan amplias como complejas, aunque en
nuestra opinión mantienen una relación directa, una es la génesis de la otra.
Llegamos a esta conclusión comparando los
números y resultados en los indicadores del desempeño del sistema educativo
uruguayo y los que hacen referencia a los niveles de seguridad en el país desde
la salida de la dictadura hasta nuestros días. Aclaramos que no fuimos más
atrás en el tiempo por la sencilla razón de que en el período de facto ya es de
conocimiento público la alienación y desmantelamiento a la que estuvo sometida
la educación y la actividad intelectual. Y desde luego las secuelas que nos
dejó como sociedad.
Cuando comparamos estos resultados
comprobamos que a una caída constante en el nivel, calidad y jerarquización de
la educación en contrapartida se produjo un aumento sostenido en las
actividades ilegales, y en el deterioro del relacionamiento social con
situaciones, que ya son cotidianas, donde prima claramente la filosofía del “Yo
y Yo”. En muchos casos, por suerte, aún nos deja pasmados ver el desprecio por
la integridad e incluso la vida del semejante, con que salimos a la calle
muchos de nosotros cada día, y no hablamos aquí de los llamados, con toda
razón, “delincuentes”.
Ahora
bien, escuchando el discurso político actual nos parece percibir que se toma
cada tema como un todo en sí mismo, como un universo absoluto donde todo
comienza y termina dentro de su ámbito. Dejando de lado ahondar en el
comentario de que se busca la forma y las propuestas que generen impacto, más
que tomar conciencia de la gravedad de la situación que enfrentamos. En verdad
considero que estos dos temas cruciales para la sociedad, en la actual
coyuntura, deberían estar vedados para ser utilizados en campañas electorales,
aunque por supuesto soy consciente de que sería constitucionalmente incorrecto
pues limitaría el derecho de expresión y propuesta que cada actor político como
ciudadano debe tener garantizado.
En los temas de seguridad los enfoques van
desde una permisividad más o menos condescendiente a la represión más dura e
implacable, militarizando la policía, endureciendo las leyes que castigan los
delitos, o bajando la edad de imputabilidad, este último punto seguramente
buscando atacar la “raíz del mal”, aunque claro está nadie lo plantearía en
esos términos. No se percibe sin embargo, un tratamiento integral y equitativo de
los distintos factores, acorde a su grado de incidencia, que integran esta
problemática.
Causa
asombro, entre otras cosas, que deliberadamente o no, se deje en las sombras
por omisión o mención insuficiente la
violencia doméstica. El segundo delito más denunciado en nuestro país. Aunque
quizás esto asombre a muchos, o a quien escribe le obligue a comprarse lentes y
audífonos para ver la letra chica y oír
mejor los susurros. Según parece es este un problema de segundo orden que no
merece encabezar ninguna plataforma sobre seguridad, las muchas mujeres y
algunos hombres que ven su integridad física y psicológica totalmente
vulnerada, condicionando su vida y los lazos afectivos presentes y futuros, así
como su autoestima y la posibilidad de ser útiles a sí mismos y los demás, no
es uno de los problemas más urgentes a tratar. Ni tampoco los recuerdos
sombríos que acompañaran de por vida, a todos, absolutamente todos los niños,
adolescentes y jóvenes provenientes de hogares donde se ejerce violencia de uno
u otro tipo, recuerdos que serán su pesadilla más temida, esa que luego
hipoteca el desarrollo integral del “Ser” tanto en el presente como en el
futuro, con consecuencias nefastas cuya profundidad es difícil de predecir.
Aún así, lo antedicho no es la principal
razón del continuo fracaso de las iniciativas aplicadas, en distinto tiempo y
por distintos actores, para buscar una solución a los problemas. Sino que
proviene de la raíz conceptual con que se consideran, continuamente se pone la
mirada en el síntoma, no en la causa. Las políticas y procesos coordinados se
despedazan y convierten en estandartes, que cada parte involucrada elige y
utiliza según sus conveniencias, buscando aquello que más se adapta a su
discurso, que no genere una responsabilidad mayor o en todo caso un cese de
privilegios, evaluando en todo momento el causar impacto favorable a los
intereses propios en la opinión pública, presentando soluciones o salidas al
mejor estilo de los gurús.
¿Qué decir de la tan traída, llevada y
manoseada Educación? Parece haberse convertido en una muchacha con quien muchos
bailan, pero muy pocos se comprometen seriamente. Nadie, o casi nadie, está
dispuesto a poner sobre la mesa la verdadera dote que ella solicita. Sea por
mezquindad o comodidad, se prefiere esperar a que otro tome sobre sus espaldas
la responsabilidad, y por supuesto, pague el costo. La mayoría de las
propuestas que habitualmente se presentan son periféricas, o parecen
científicamente diseñadas para no dañar privilegios, prebendas y garantías,
sino en varios casos tienden a aumentarlas aún a costa de la eficiencia y
calidad del propio sistema educativo y por ende de sus resultados.
Con toda certeza, no es aumentando la carga
horaria o elevando el status docente al grado terciario como se logrará
encauzar la recuperación del nivel educativo. O con mayor infraestructura, la
ampliación de la cantidad de centros de estudio y la inversión económica sin
metas definidas y específicas como lograremos mantener a niños, adolescentes y
jóvenes vinculados e incentivados a completar los distintos niveles de su
formación, cuando es el propio sistema quien se encuentra anquilosado y
atrofiado.
No necesitamos títulos más enaltecidos,
sino que quienes tendrán a su cargo moldear la mente y el espíritu de las
nuevas generaciones amen realmente lo que hacen. Que la docencia en todas sus
ramas, vuelva a ser lo que fue, una carrera de vocación por sobre todas las
cosas, donde el educador está enamorado del conocimiento y el alumnado por sobre todas las cosas.
Tal parece lamentablemente en estos
últimos tiempos, que para una cada vez mayor porción de los egresados, el ejercicio
de la profesión docente se ha convertido en una mera salida laboral, un trabajo
más, y no la pasión de llevar la iluminación a nuevas mentes, el deseo de
abrirlas al razonamiento, las ideas y la conciencia. Esto entre otras causas,
ha convertido paulatinamente los sucesivos planes en meras ecuaciones
monetarias huérfanas de resultados, rodeadas por un discurso hueco, tendencioso
y falto de realismo.
Haciendo honor a una verdad insoslayable,
esto no es algo que comenzó a deteriorase recién ahora, sino que forma parte de
un proceso degenerativo que ya tiene larga data, y ha venido germinando de
forma solapada hasta hacerse visible en toda su ruindad. Muchos padres de alumnos son a su vez producto de
este mismo sistema emparchado, que los ha convertido en una masa cada vez más
exigente pero menos propositiva, más demandante pero menos proactiva, más
explosiva pero menos idealista. A tal punto que expresiones de contenido
deportivo y lúdico, logran emparejarse con el grado de religión, de dogma, y no
son pocos los que sin horizontes elevados en sus mentes, convierten una mínima
fracción de tiempo en el centro de sus vidas, al punto de quedar enfermizamente
enajenados, incapaces de reaccionar con cordura a cualquier evento.
Resuenan discursos aquí y allá, clamando
por más horas de clase, más exigencia curricular, y claro infaltable, más
dinero y recursos para desestimular el ausentismo. Desde ya los puntos antes
mencionados son muy importantes para la mejora y el avance de la educación,
pero este es el segundo paso. El primero es recuperar la educación, lograr que
su corazón vuelva a bombear sangre a los miembros adormecidos, rescatarla de la
nebulosa en que ha caído, bajo vagos principios y funcionalidades inoperantes,
tanto dentro de los responsables de impartirla como del común de la población.
Ahora dejemos algo bien claro, son solo los
profesores y maestros quienes pueden convertirse en sembradores de nuevos
valores, en verdaderos guías y escultores de mentes y espíritus para sus
alumnos cuando se cierra la puerta del aula. Este milagro, esta simbiosis
ocurre si y solo si se está debidamente preparado y hondamente comprometido con
la misión a cumplir. No se trata pues, de leer un manual para luego recitarlo
impersonalmente una y otra vez hasta el cansancio, siendo condición ineludible
para ello, que el educador tome verdadera conciencia de su función: construir
los cimientos de lo que vendrá.
El rédito material es muy merecido
indudablemente, me contradeciría si opinara en otro sentido, pero jamás puede
convertirse en un fin en sí mismo. Pues no importa que tan alto se eleven
salarios o reconocimientos de grado, es desde dentro del cuerpo de donde
proviene el verdadero enaltecimiento de la profesión. Es a través de elevar el
espíritu propio como se logra elevar el de quienes nos rodean, o esperan les
mostremos el camino a seguir. Las dificultades, carencias o postergaciones no
pueden ser excusa ni justificación para el quietismo endémico, la falta de pasión genuina por la tarea sagrada de
enseñar, o un impedimento para con creatividad sortear las adversidades. Desde
ya que todas las generalidades son injustas, y no quiero cerrar este editorial
sin dejar de resaltar la tarea consciente, dedicada y abnegada de quienes hacen
un excepcional trabajo en cualquier condición, anteponiendo el interés superior
al propio en innumerables ocasiones, y que por ello son eso, excepciones.
Un análisis no demasiado profundo, aunque
sí objetivo, permite observar que mal podemos pensar en salvar una sociedad o
un país, con la amputación de un miembro cuando es el corazón, su alma, lo que
está enfermo. ¿Qué quiero decir con esto?
Que no habrá mayor sensación de
seguridad en tanto no se mejore la educación, con el compromiso inquebrantable
y leal de cada una de las partes involucradas, que por otra parte, para
sorpresa de algunos, somos TODOS. Ni habrá mejor educación mientras no se
asegure la normal convivencia de las personas, y se salvaguarde efectivamente
el normal desarrollo físico, mental, intelectual y emocional del eslabón más
frágil y por ello más importante en la cadena de nuestra evolución futura.
Sin una sólida educación, no mejoraremos la
ciudadanía, y francamente es una quimera pensar solucionar los problemas de
violencia y seguridad, cuando se forja un pueblo con integrantes intelectual y
cívicamente cada día más pobres. Y corremos el riesgo de caer, si ya no lo
hemos hecho, en un círculo vicioso donde una solución alimenta el problema que
a su vez alimenta otra solución, por supuesto siempre paliativa, en una
secuencia infinita y estéril en buenos resultados.
Le Chevalier